Nicolás Garrido es un oportunista. Pertenece a esa clase de fotógrafos que operan como cazadores furtivos. Formado en el oficio del reportero gráfico, patrulla la vida con la cámara siempre gatillada y el ojo en alerta permanente. Si la intuición no falla y los reflejos responden con un disparo certero, entonces se alza con la presa: una foto que captura un instante único, azaroso, que se presenta sin anuncio y se extingue en su propio acto, como un rayo de luz en la penumbra. Un flash. Sin embargo, NG no es un coleccionista que se conforma con la mera acumulación de trofeos. Los dípticos que hoy exhibe NG son –no podrían no serlo- fruto del trabajo de campo, pero ante todo son un ejercicio de memoria, archivo y edición. En permanente diálogo, cada foto se enriquece en la vecindad de su compañera y ambas se comunican en un metalenguaje de significantes espiralados, construyendo así pequeños relatos de fronteras porosas, permeables. Una imagen comenta a la otra, ilumina o ensombrece a la contigua, la complementa, la redescubre, la vela y la revela a gusto y perspicacia del consumidor. Toda la muestra denota un paciente trabajo de postproducción, en el que el artista fue persiguiendo simetrías, correspondencias sutiles, juegos especulares, discursos disyuntivos o yuxtapuestos, que terminaron por unir con premeditación y alevosía distintos momentos azarosos y fortuitos. NG no busca el aplauso erudito, evita el encuadre rebuscado, el alarde de técnica inane o el exhibicionismo formal. Es un prestidigitador cuyo arte está regido por el feliz, generoso objetivo de instalar una sonrisa cómplice y franca en el rostro del observador. Gustavo Laborde