Arman entre varios un ser único, casi como aquel homo gestalt, que requería de varios individuos para existir y accionar. Comportamiento natural del ser humano, lo gregario, la necesidad del otro, pero en particular en fracciones de la vida, en que ese conjunto es más intenso pues la exploración del mundo del cuerpo –propio, ajeno, singular, plural- es uno de los e jes de la existencia. El artista propone varias vías de acceso o salida de estas disquisiciones: la huella, la sombra. Formas metafóricas de la corporeidad, nos hablan de una efímera realidad. Las huellas en la arena, testigos mudos del grupo, indicación de la presencia en un lugar geográfico de referencia, la sombra/las sombras como fantasmas en esa noche montevideana que adquiere ese aire de escenografia onírica. El teatro con sus sombras la pared como una pantalla del actor nocturno narrando historias de luz y oscuridad. La acción conjunta de los cuerpos, su interacción, articulan con primeros planos, rostros. La vida y la muerte alternan, ya se mueven, ya duermen ya juegan a la muerte. La seducción de los extremos moviliza el colectivo. Al final, cuando la aurora se intuye, contemplan el nacimiento del día, como en un ritual iniciático, constatan el ciclo interminable del mundo. El aire marino de este despertar contrasta con las escenas urbanas que albergaron la maquinaria de la noche. La contemplación del alba culmina el paseo por los misterios de la noche con su transitar por los espacios prohibidos/compartidos, para arribar del yo a los nosotros, del mío al de ustedes. Enrique Badaró