Música: Ghosts / NIN Introduciéndose en la intimidad, desde uno de los más anodinos de la cotidianeidad, el autor genera una poética a partir de la heladera. El juego exterior-interior es sin dudas soporte fundamental de esta propuesta que comienza a seducirnos por tocar temas triviales pero que lentamente vamos intuyendo como esenciales. La puerta cerrada o la puerta abierta, funciona como nuestro exterior o nuestro interior. Fabián estudia toda una iconografía apasionante del mundo exterior de la heladera, las notas urgentes o desganadas, la estética del pastiche en que se acumulan imanes decorados generando un neobarroco de lo trivial y banal, cientos de elementos que están dirigidos a la memoria terminan siendo dirigidos al olvido. Estos íconos nos seducen, vistos con la cámara de Fabián, pues descubrimos la singularidad dentro del caos acumulativo; se empiezan a narrar historias, los elementos se empiezan a dinamizar, y en definitiva tomamos conciencia que está frente a un conjunto visual de indudable labilidad y omnipresencia en nuestra vida de seres plenos de necesidades. Cuando nos introducimos en el interior nos enfrentamos, como en un espejo, a nuestras sórdidas necesidades de seres vivos, ni siquiera la aséptica de lo conservado, lo congelado, mitiga el sentimiento de la ambigua pulsión del comer, de la ingesta, de la deglución. Todo está allí pues es factible de perderse, de descomponerse. Detrás de este congelado mundo, subyace una escatología que a todos nos une. La tensión entre estas disquisiciones, el interior y el exterior, la belleza formal, y la propuesta de fotos sin un soporte rígido dan a la obra un potente mensaje que transita en los bordes de la creación y la investigación. Enrique Badaró